Cuando canta Ochoa.

Lejos de mi la intención de proclamar rimas sonsas, pero la verdad es que cuando canta Amparo me siento algo así como amparada, dulcemente protegida. Me vuelvo a enamorar de la tierra y de las gentes. Me enamoro de los montes, de sus silencios y mucho más aún de sus voces.
Es cosa mía, lo sé. Danzo descalza arropada con una manta -sospecho de origen libanés- tan sola como feliz descubro en mis movimientos cierta cercanía con la verdadera libertad.
Mis vecinas, cuando la escuchan cantar, más de una vez se acercan –siempre que por algún vago motivo pierden la timidez por sentir alegría- se acercan con sus niñas y en rondas danzamos y reímos. Juntas nos sometemos a encontrar en esta vida, en este rincón perdido –encontrado- de la tierra, un sitio que aún en estos días: nos pertenece.