De tener dientes y labios unos hubieran mordido a otros antes de emprender contracciones. Seguramente hubiera murmurado algo así como saldré a vivir otra vida un rato: soles cielos y gramillas, porque estoy cansada de estar siempre bajo tierra.
Luego continuaría por los pasillos subterráneos hasta conseguir la superficie. Una vez afuera (de tener conciencia) gritaría el mundo aún vibra, aún puede. Ya cerca del mediodía (si es que objetivara noción de tiempo) arribaría al monte acacio. Al adentrarse recordaría (si es que gozara de sana memoria) cuando sus ancestros contaban sobre el impenetrable. Y sonreiría como quien recuerda a un ancestro contando sobre el impenetrable, con un dejo de agria melancolía.
Entonces se encontraría con cierto halo de mala suerte, desgracia. Una voz secreta de ultratumba modularía un está cerca la muerte, estás sola como ese Toba en Chaco o en Constitución.
Recién después toparía con dos dedos humanos simulando una pinza, sujetándola. Encarnando su lomo en el anzuelo, arrojándola al agua. Usándola como simple cebo, como carnada.
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